El pasado mes de febrero el premio Goya para la mejor Dirección Artística fue a parar a manos de Eugenio Caballero por su trabajo creativo en Un monstruo viene a verme (Juan Antonio Bayona, 2016), y desde el FICARQ hemos querido volver a ver la película para conmemorar la ocasión y poder dedicarle unas líneas.
Eugenio Caballero cuenta con una larga trayectoria en el diseño de producción; algunos de sus trabajos más destacados son Lo imposible (Juan Antonio Bayona, 2012) y El Laberinto del fauno (Guillermo del Toro, 2006), y con Un monstruo viene a verme declara que ha sido la película más complicada con la que ha tenido que lidiar, al ser la primera en la que ha trabajado con motion capture uniendo actores con personajes animados, con lo que tuvo que diseñar cada plano para que esas interacciones fueran creíbles.
La película Un monstruo viene a verme cuenta la historia de Connor, un muchacho que tiene que madurar a pasos forzados al prepararse para perder a su madre. Los escenarios en los que se nos presenta la trama, de tonos apagados y tristes, se llenan de fantasía con cada aparición del monstruo imaginario que visita al muchacho para ayudarle a superar esa difícil etapa, dando vida a los tenues colores que impregnan la vida de Connor y, a la vez, abstrayéndonos a nosotros de la imagen real que impera en el resto de escenas gracias a colores vivos y a fábulas narradas con animación digital.
Una bonita sensación que se produce con Un monstruo viene a verme es que, como el guión fue escrito por el mismo autor de la novela de la que bebe, Patrick Ness, parece que estemos ante una traducción visual que Eugenio Caballero ha recreado con maestría, como si la novela se transformara directamente en película. Y esa misma magia se siente también en la capacidad de la cinta para hacernos dudar de si los encuentros con el monstruo son algo que está en la cabeza de Connor, o si realmente están ocurriendo para el resto de personajes.
Con cada una de estas apariciones del monstruo, los decorados de Eugenio Caballero se modifican, haciendo que el mundo tiemble, rompiendo lo estático de los anodinos espacios en los que encontramos a Connor, y se llene de elementos arbóreos que, cubriendo la estancia en la que el chico se encuentra en cada ocasión, forman un tapiz que da paso a cada una de sus ensoñaciones.
Esa misma destrucción que genera el monstruo en la mente de Connor cuando se le aparece llega a transmitirse al muchacho en uno de los momentos más tensos de la película, cuando al finalizar una de estas ensoñaciones, el salón de su abuela aparece completamente destrozado a manos del chico, ofreciéndonos un decorado tan impactante que nos deja helados al contemplar el destructivo cambio que sufre el escenario.
Un monstruo viene a verme, con sus detalles sobre la destrucción como medio para alcanzar cierta liberación, sus cuentos que impactan visualmente, y la pasión por el dibujo de Connor y su madre, se convierte en un canto a la creatividad, a la capacidad de contar historias, y al arte y el esfuerzo necesario para hacerlo, superando cualquier obstáculo que se presente.
Connor necesita al monstruo para sacar lo que lleva dentro, para poder enfrentarse a la vida con nuevas fuerzas que dejen su niñez atrás y, gracias a esa rebeldía que acaba mostrando en su entorno y que Eugenio Caballero traduce en los decorados, nos hace partícipes de la chispa creativa que podemos encontrar presente en la película: el fuego interno que el monstruo utiliza para alentar a Connor, y del que nosotros podemos recibir esa misma energía para seguir creando historias.
Este artículo se publicó originalmente en el blog del Festival Internacional de Cine y Arquitectura – FICARQ