Biaffra está en los detalles

La construcción de un espacio en cine no depende sólo de las fronteras que lo delimitan, sino de todos los elementos reconocibles en él, ya que en el trabajo de la dirección de arte recae la responsabilidad de que esos espacios destilen realidad dentro de la ficción y nos permitan soñar. El trabajo de Arturo García (Biaffra), ligado al de José Luis Arrizabalaga (Arri) desde que acabaran juntos los estudios de Bellas Artes en Bilbao, transcurre por diferentes universos visuales pero siempre busca entregarnos estos espacios reales dentro de la ficción.

Permitidme que para presentar el trabajo de este bilbaíno (cuya conferencia disfrutaremos el miércoles 29 en el FICARQ), y el de su eterno compañero, modifique una de las máximas de Mies van der Rohe para expresar la importancia de todos los elementos que no forman parte del contenedor de la acción pero que están presentes como contenido. Y es que ésta sería la principal diferencia entre el trabajo de Arri y Biaffra: mientras que el primero se centra más en la localización de los escenarios y la construcción de decorados, el interés de Arturo recae en el empleo del detalle, en recrear el contenido de esos espacios con verosimilitud.

Esta capacidad de trabajo en equipo para el desarrollo de los espacios comienza para ambos con el corto de Pablo Berger Mama (1988), en el que Álex de la Iglesia los requirió para que le ayudaran en la dirección de arte (y les introdujo así en la empresa del cine). Los pocos escenarios que aparecen en sus 10 minutos denotan con su trabajo y aspecto lo que estaría por venir en su carrera conjunta: un deambular por lugares de aspecto pulido y limpio que contrastan con otros sórdidos, capaces de respaldar lo siniestro con la construcción de ambientes creíbles.

Espacios del contraste y la destrucción

Exceptuando algunos trabajos como Acción mutante (1993) (con su decadente mundo cyberpunk) y Torrente (1998) (con su decadente personaje y universo), cintas en las que estos espacios lúgubres y sórdidos forman el ambiente general de la película; la filmografía de Biaffra y Arri juega con el choque producido por el proceso evolutivo de la locura de los personajes, que actúan como catalizadores o ejecutores de la destrucción de los demás escenarios, originalmente impolutos.

Iniciando nuestro paseo con la «satanización» del piso de Lombardi en El día de la Bestia (1995), que convierte el único espacio atractivo del film en un entorno dantesco para propiciar una invocación en él, podemos encontrar mensajes similares en la filmografía de ambos directores de arte que concluyen, por ahora, con la destrucción de unas cuevas naturales en Las brujas de Zugarramurdi (2014). Otros ejemplos de este recorrido serían los chalets de Muertos de Risa (1999), el apartamento de Carmen Maura en La Comunidad (2000), o el centro comercial en Crimen Ferpecto (2004); espacios inicialmente impecables que destacan sobre la estética general de la película, que serán objeto de violencia y destrucción hasta convertir sus ambientes en otros más acordes al conjunto del film, acabando por formar parte de un todo.

Si nos centramos, por ejemplo, en el citado piso de Carmen Maura en La Comunidad (2000), su mobiliario y atrezo contrastan con el ambiente oscuro de la finca, especialmente con el piso del vecino de arriba, quien desde un principio nos introduce en el ambiente de crimen y corrupción tan característico de la cinta. Esta contraparte del piso de Julia rebosa suciedad y desastre hasta el punto de contagiar a la vivienda perfecta, haciendo que la avaricia y la demencia que rezuman los vecinos y sus espacios confluyan entre las paredes del apartamento de ella, que acabará lleno de sangre y desorden cuando previamente era el único espacio impoluto, adecuándose al tono oscuro de la película.

No obstante, en algún otro caso concreto, como en 800 balas (2002), este mismo contraste entre ambientes no proviene de lo insano, sino de una diferencia social y urbanística. El poblado del oeste anacrónico en el que se convierte Texas Hollywood hace chocar el modo de vida de sus habitantes con el progreso impuesto por la sociedad capitalista, que en su búsqueda de expansión llevará la violencia a las puertas de El Pueblo. De este modo, el choque y la destrucción están presentes en la cinta, pero quizás sea la única de Biaffra y Arri en la que estos cambios no invaden permanentemente los ambientes originales de la película, ya que la locura no es la característica esencial de sus personajes, sino la defensa de unos ideales.

Todas estas idas y venidas de los ambientes aquí apuntados conforman una amalgama de situaciones que no sólo coinciden por esta tendencia a la destrucción y al cambio, sino por la búsqueda de perfección que comentaba en un principio. Y es que esta realidad que Biaffra plasma en el contenido de los escenarios debe hacernos creer que, por un lado, esos entornos tan contrastados pueden realmente coexistir en el universo de la película y que, por el otro, la destrucción de los mismos es creíble y palpable a través de su atrezzo, de su ambiente y sus detalles, que nos transportan a esos mundos de cambio.


Este artículo se publicó originalmente en el blog del Festival Internacional de Cine y Arquitectura – FICARQ

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Germán Valle
A pesar de que soy arquitecto desde 2015 y estoy empeñado en ayudar a construir, creo que más allá de la rigidez de nuestro mundo laboral hay lugar para los arquitectos al otro lado de la pantalla, donde podemos aportar nuestra visión y conocimientos al equipo creativo de los mundos que visitamos en la ficción.

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