En pequeños espacios es donde nos sentimos cómodos en la intimidad. Cuando estamos solos o con poca gente, no nos importa compartir pocos metros cuadrados siempre que sepamos con quién lo hacemos. No obstante, hay momentos en los que el cine nos permite comprobar el efecto inverso de un espacio de reducidas dimensiones cuando coloca en su seno a personajes que chocan.
En la reciente «Los odiosos ocho», un grupo de desconocidos es obligado a pasar la noche en un pequeño local en medio de la nada, y desde un principio sabemos que algo turbio hay detrás de todos ellos. La atmósfera de los escenarios de la película acrecenta nuestra inquietud con cada minuto que pasamos en sus reducidas dimensiones. Ya sea en la diligencia, en el establo, o en «la Mercería de Minnie» (donde pasaremos la mayor parte del tiempo), Tarantino y el diseñador de producción Yohei Taneda han trabajado para que podamos cortar la tensión en el aire gracias a la influencia de los espacios donde se sitúa la acción.
Desde el momento en que entramos por la estropeada puerta del local, sabemos que el grupo de personajes que allí se citan va a traer problemas y va a desencadenar en un espectáculo de rojo. La filmografía de Tarantino nos tiene acostumbrados a eso, pero hasta ahora, la influencia del espacio y su escala no resultaba tan evidente en el porvenir de sus personajes. Y es que, en una película en que la mayoría del tiempo estamos entre las mismas cuatro paredes, el entorno se convierte en otro protagonista más, en otro odioso inquilino que define las acciones de los demás personajes.
Pero a pesar de lo reducido del espacio, podemos disfrutar de una historia intensa (aunque de ritmo pausado hasta que salta la chispa) que nos permite ir asociando funciones destacables a cada parte del escenario en el que se nos sitúa. Así pues, con el primer vistazo al local, podemos identificar los rincones más importantes y relacionarlos con ciertos personajes y sucesos que se nos tienen que revelar: en una zona de sillones vemos constantemente al anciano general; en una pequeña mesa siempre está el mismo hombre sentado; una cama nos hace preguntarnos cómo van a pasar la noche juntos los personajes; y una estufa es el único punto del edificio donde hay calor dentro de un espacio tan frío, no sólo por el ambiente exterior, sino por las relaciones de los personajes.
Este conjunto de zonas garantiza que dentro de la reducida escala podamos etiquetar y recordar apuntes sobre la historia y los personajes, recordándolos en una posición constante dentro del escenario, o bien recordar que ciertos elementos guardan una verdad por revelar, como una puerta rota de la que no se ha dicho nada. Hay mucho trabajo para que un espacio reducido nos cuente tanto con tan poco, y que podamos ver la influencia de su atmósfera en las relaciones personales que la película nos cuenta.
Para acabar de analizar este ambiente del que hablamos, y dejando la acción principal a un lado, podemos recordar que, en el momento del flashback, el entorno del local se nos presenta muy distinto gracias a la presencia de sus dueños y habitantes habituales. El espacio sigue siendo el mismo, pero lo que nos transmite es diferente; así pues, ¿Quién forma a quien? ¿El espacio a los personajes? ¿O son ellos mismos y sus relaciones los que generan un ambiente que el escenario simplemente recoge?
Este artículo se publicó originalmente en el blog del Festival Internacional de Cine y Arquitectura – FICARQ
