Tokio, 2112; la ciudad se ha convertido en un ente consciente gracias a un sistema artificial que está presente en su práctica totalidad. Gracias a Sibyl (el sistema informático que recibe el nombre de las profetisas griegas) la gente se encuentra constantemente analizada y catalogada por su coeficiente criminal: un código numérico asociado a un color, que indica la predisposición de cada persona a cometer crímenes.
Con esta premisa nos recibe Psycho-Pass, un anime de 2012 que apuesta por una importante presencia de la ciudad en su trama. No sólo nos regala unos entornos magníficos, sino que directamente nos habla de la ciudad como un personaje más que está detrás de la vida de todos.
Una de las formas que tiene la ciudad para poder ver son sus fuerzas de seguridad, una organización que vela por el bien de la población cuyo psycho-pass no es peligroso. Las armas de sus agentes están permanentemente conectadas a la ciudad y solo pueden dispararse contra objetivos cuyo coeficiente criminal haya sobrepasado ciertos límites, incapacitando o matando a la víctima según sus baremos.
Seguiremos de cerca la vida de Akane, una nueva inspectora que se encuentra en constantes dilemas con los métodos en que la ciudad busca el bienestar de sus habitantes. Gracias a ella entenderemos los entresijos de la urbe y su relación constante con lo virtual. Y es que la presencia de lo digital no se reduce sólo al control de la población: los edificios y las personas pueden usar hologramas para cambiar su aspecto.
Estos hologramas garantizan entornos adecuados para las personas, ya que, como vemos en la casa de Akane, a pesar de vivir en un reducido espacio sin luz, los hologramas la convierten en cualquier tipo de interior sincronizando los elementos digitales con los reales (en este caso inspirados en la Casa Tassel de Victor Horta). Este falso bienestar constante ayuda a que el estrés de la gente y su coeficiente criminal no suban, a pesar de ser entornos virtuales y pese a que detrás de toda esa apariencia, realmente se viva en espacios poco adecuados.
Así pues, la relación real-virtual es una constante en los episodios de Psycho-Pass, tanto por el comportamiento de sus edificios y habitantes, como por la importancia del mundo online, al que la gente se conecta para disfrutar de foros en tres dimensiones en los que se mueven con avatares digitales y se relacionan en ese otro entorno. La necesidad de comunicación en una ciudad que, a pesar de su buen aspecto, es opresiva, queda plasmada en la liberación que representan esas redes y contactos virtuales para los habitantes de la misma.
Con todo lo que se nos cuenta entendemos que el sistema Sibyl es tan efectivo como cruel: a través de sus análisis invalida a personas, determinando constantemente el destino de cada ciudadano que, ante cualquier situación de estrés extremo, puede ver truncada su vida si la ciudad determina que es una amenaza criminal en potencia.
Como en todas las distopías, estamos ante una ciudad que da miedo; que está por encima de sus ciudadanos, y que no duda en ejecutarlos si no encajan en esa sociedad perfecta. Una urbe que vigila cada paso con escáneres por todas partes, haciendo que alejarse de ella u ocultarle la verdad sea imposible. Es un urbanismo que crece gracias a sus peones: agentes a los que utiliza para eliminar a criminales que no aportan nada al bien común, y ante el dilema de ser partícipes de esa evolución o repudiar la ciudad, deberíamos recordar las palabras de Akane: «lo virtual debería estar al servicio de la gente« y no convertirnos en esclavos de nuestra tecnología.
Este artículo se publicó originalmente en el blog del Festival Internacional de Cine y Arquitectura – FICARQ