Skylines y edificios de Buenos Aires abren la secuencia inicial de Medianeras, una película de 2011 (y anteriormente, un cortometraje de 2005) dirigida y escrita por Gustavo Taretto, que inicia su andadura con imágenes de arquitectura y dos monólogos para la reflexión, protagonizados por sendos protagonistas que nos acompañarán durante toda la cinta.
Según Martin, un ciudadano que se ha refugiado en el mundo digital para alejarse de sus fobias, las ciudades crecen sin límite gracias a edificios muy distintos y sin criterio. Comparando esta relación del urbanismo –en el que encontramos edificios cercanos unos a otros sin importar su aspecto– con las personas –que a pesar de nuestras diferencias convivimos en sociedad–, tiende un puente entre la planificación urbana y la planificación de nuestras vidas. No obstante, acompaña su reflexión con una queja sobre ese urbanismo que relaciona con la forma de nuestras vidas, que construimos sin planteamiento, y que muchas veces nos llevan a problemas personales y caminos sin salida.
Por otro lado, Mariana es una arquitecta que ha pasado dos años desde que acabó la carrera buscando trabajo, pero no ha podido construir nada; por si fuera poco, «otras construcciones» de su vida no han podido soportar el paso del tiempo y se encuentra sola ante la ciudad. A pesar de sus males, es consciente de la condición de los humanos, esto es, que nos encontramos en un todo del que no podemos escapar y en el que tenemos que encontrar nuestro lugar, a pesar de las frustraciones que la vida y la urbe nos provocan.
Medianeras une estas dos vidas rotas en varios momentos repartidos por la ciudad de Buenos Aires, encajando instantes mágicos de su devenir por las calles sin que lleguen a conocerse. Además, la cinta no solo une físicamente a los protagonistas, sino que nos los presenta de forma similar debido a los problemas de espacio e iluminación en sus respectivas viviendas.
Este panorama crítico ante el urbanismo y la arquitectura de Medianeras puede llevarse a prácticamente cualquier entorno urbano, al igual que las fobias y problemas en las vidas de ambos personajes. Pero al igual que hay similitudes en la vida y problemas de los dos, también han tenido la capacidad de encontrar cierto grado de abstracción ante la realidad que les oprime:
Tanto Martin como Mariana han requerido de un espacio dispuesto entre su interior y la ciudad para sobrellevar las cargas de la vida moderna. Por un lado, Martin ha encontrado su alivio fotografiando la ciudad, haciéndola suya en el espacio del papel, puesto que le acerca las medidas de lo urbano para aceptarlas sin temor; mientras que Mariana se siente mejor decorando escaparates, espacio donde puede expresarse que a la vez le es propio y de la ciudad, en un intento por ser reconocida.
A ellos dos y a sus métodos de enfrentarse a la vida, les debemos una reflexión sobre la ciudad que, a medida que avanza la película, podemos llevar al ámbito de la relación de las personas con lo virtual. Como ambos se relacionan con espacios virtuales –los videojuegos de Martin y las relaciones ficticias de Mariana–, llegamos a plantearnos si a medida que la globalización nos unifica más y más, nos consigue hacer distintos o por el contrario, cada vez nos vuelve más parecidos. La ciudad nos ofrece posibilidades variadas; lo virtual nos une en una red invisible que nos conduce a encontrar más gustos afines. Durante todo el visionado de Medianeras no se deja de lado el espacio virtual, es más, se defiende como un escape ante el agobio de no saber encontrarse en la realidad; de hecho y sin ir más lejos, gracias a Internet se desarrolla la primera conversación entre ambos personajes.
Así pues, en un diálogo constante entre la ciudad, el entorno virtual y estas dos vidas en las que podemos vernos reflejados en muchos aspectos, se nos presenta a la medianera y la capacidad de alterarla como una forma de abrir nuevas aberturas al exterior, y no sólo desde el ámbito de la arquitectura: para Taretto la medianera es la cara inútil de un edificio pero, a la vez, lo más miserable de nosotros mismos, por lo que la única forma de librarnos de sus ataduras es descubrir ventanas ilegales que nos abran al mundo.
Los arquitectos tenemos mucho que decir y reflexionar tras el visionado de la cinta. No se puede negar la trascendencia que hoy en día tiene la interacción de la arquitectura con el urbanismo, la vida de las personas y el entorno virtual. Tenemos la necesidad de preguntarnos sobre las vidas de los ocupantes de nuestras creaciones, y acerca de la interacción de los usuarios con los espacios virtuales –ya sean en presentaciones de arquitectura 3d o en los entornos de videojuegos con los que alejarnos de la realidad–, para poder tender puentes entre las personas, sus espacios y la felicidad, guiados por el mensaje motivador de la película.
Este artículo se publicó originalmente en el blog del Festival Internacional de Cine y Arquitectura – FICARQ